La temperatura de un horno de calcinación puede alcanzar hasta 1.200 grados Celsius, aunque la mayoría de los procesos se desarrollan en un rango de 175-730°C (350-1350°F). Las aplicaciones especiales pueden ampliar estos rangos desde los 120°C (250°F) hasta los 925°C (1700°F), pero esto es poco habitual.
Los hornos de calcinación están diseñados para calentar los materiales uniformemente desde todos los lados mediante un sistema de calentamiento de 4 zonas. Esto se ve facilitado por un aislamiento especial de fibra cerámica, que permite un rápido aumento de la temperatura con un consumo de energía comparativamente bajo. El modelo que se va a quemar se coloca en un recipiente interior resistente al calor, conocido como mufla, que protege la pieza fundida del modelo de la exposición directa al calor, garantizando un calentamiento y un quemado suaves.
Estos hornos utilizan una forma de incineración llamada pirólisis para descomponer químicamente los materiales orgánicos. Este proceso se lleva a cabo calentando el material en un entorno con oxígeno controlado a una temperatura que destruirá el material orgánico pero no provocará llamaradas ni dañará la pieza. Para reducir la posibilidad de ignición del material, el horno funciona con una presión ligeramente negativa o en condiciones de vacío. También hay un sistema de supresión de agua que detecta si la temperatura es demasiado alta y, si es necesario, inyecta una fina niebla de agua en el horno para sofocar cualquier llamarada o incendio.
En resumen, los hornos de calcinación pueden alcanzar temperaturas de hasta 1.200 grados Celsius, y la mayoría de los procesos funcionan en la gama de 175-730°C (350-1350°F). Los hornos utilizan un sistema de calefacción de 4 zonas y un aislamiento especial de fibra cerámica para un calentamiento uniforme y un bajo consumo de energía. La pirólisis se utiliza para descomponer materiales orgánicos en un entorno con oxígeno controlado, y se aplican medidas de seguridad para evitar llamaradas e incendios.
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