Los crisoles se fabrican mediante un proceso denominado fundición en crisol. El proceso comienza con la formación del material del crisol, que suele ser polvo de grafito. El polvo de grafito se moldea en forma de cuenco alto y, a continuación, se cuece en un horno. Este proceso de cocción ayuda a solidificar y fortalecer el material de grafito.
Tras la cocción, el crisol se somete a la impregnación con brea. La brea es una sustancia pegajosa que se aplica a la superficie del crisol. Ayuda a fortalecer aún más el crisol y a mejorar su resistencia a las altas temperaturas.
El último paso del proceso de fundición en crisol es la grafitización. Esto implica someter el crisol a altas temperaturas, lo que hace que el material de grafito sufra un cambio estructural y se vuelva más puro y duradero.
La construcción de un horno de crisol consta de dos partes principales: el elemento calefactor y el crisol. El elemento calefactor puede ser un quemador eléctrico o de gas, y genera calor que se transfiere al crisol. El crisol en sí está hecho de un material que puede soportar altas temperaturas, como el grafito, la arcilla o el carburo de silicio.
Los crisoles se utilizan desde hace miles de años para fundir metales y crear aleaciones. El proceso consiste en añadir una combinación de polvos metálicos o piezas en bruto al crisol y calentarlas hasta que se fundan. Puede utilizarse agitación mecánica para favorecer la mezcla antes de verter el metal fundido en un molde para crear bolas, lingotes o perfiles semiacabados. La fundición en crisol también es importante en el reciclaje de chatarra en pequeños lotes.
Los crisoles de horno están diseñados para soportar las temperaturas más elevadas que se dan en los trabajos de fundición de metales. Están hechos de materiales con un punto de fusión mucho más alto que el de los metales que se funden. Entre los materiales más utilizados para los crisoles se encuentran la arcilla-grafito y el carburo de silicio, que pueden resistir temperaturas extremas. Los crisoles de carburo de silicio son especialmente duraderos.
Los crisoles tienen varias formas y tamaños, según el uso que se les vaya a dar. Algunos son bajos y anchos, lo que resulta ideal para fundir metales porque la amplia superficie permite un calentamiento y una fusión uniformes. Otros son altos y estrechos, lo que es mejor para contener sustancias durante reacciones químicas, ya que reduce la superficie y facilita el control de la reacción y minimiza la evaporación.
En general, la construcción de crisoles implica seleccionar cuidadosamente materiales que puedan soportar altas temperaturas, darles la forma deseada y tratarlos para aumentar su resistencia y durabilidad. La forma y el material específicos del crisol dependen de la aplicación prevista y de los requisitos del proceso que se lleve a cabo.
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