La temperatura de un horno de vacío puede variar en función del horno específico y de sus aplicaciones previstas. Sin embargo, los hornos de vacío son capaces de alcanzar altas temperaturas, que normalmente oscilan entre 800 y 3.000 °C (1.500 y 5.400 °F). La temperatura de funcionamiento puede variar en función del material que se procese y del tipo de zona caliente utilizada en el horno.
Por ejemplo, algunos hornos de vacío tienen una zona caliente de tungsteno que puede alcanzar una temperatura máxima de 3.000 °C (5.432 °F), mientras que otros pueden tener una zona caliente de grafito con una temperatura máxima de 2.200 °C (3.992 °F). El control de la temperatura dentro de la zona caliente se consigue normalmente rodeándola de blindaje o aislamiento térmico.
La principal ventaja de utilizar un horno de vacío es la capacidad de calentar materiales a altas temperaturas sin la presencia de oxígeno u otros gases. Esto evita la oxidación rápida y la contaminación, lo que se traduce en productos finales de mayor pureza. Los sistemas de bombeo de vacío de estos hornos también eliminan los subproductos de baja temperatura de los materiales de proceso durante el calentamiento, lo que aumenta aún más la pureza del producto final.
Además del control de la temperatura y la prevención de la contaminación, los hornos de vacío ofrecen otras ventajas, como el calentamiento uniforme de toda la pieza, la capacidad de enfriamiento rápido (temple), la repetibilidad mediante control informático y la capacidad de manejar aplicaciones de alta temperatura sin oxidación.
En general, la temperatura de un horno de vacío puede controlarse dentro de un rango específico dependiendo del diseño del horno y de las aplicaciones previstas. La ausencia de oxígeno y otros gases en el entorno de vacío permite procesar materiales a altas temperaturas manteniendo la calidad y pureza deseadas.
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