Para crear una atmósfera inerte en un horno, se suelen seguir los siguientes pasos:
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Creación de un vacío: Inicialmente se crea un pequeño vacío (hasta 0,1 MPa) en el horno mediante una bomba de vacío rotativa de paletas rellena de aceite. Este paso ayuda a eliminar el aire existente y cualquier contaminante que pudiera reaccionar con los materiales que se están procesando.
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Purga con gas inerte: Después de crear el vacío, se introduce en el horno un gas inerte como el argón o el nitrógeno. Este gas desplaza el aire restante y establece una atmósfera protectora que evita la oxidación y otras reacciones químicas no deseadas durante el proceso de calentamiento.
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Sellado del horno: El horno debe sellarse correctamente para mantener la atmósfera inerte. Esto incluye el sellado de todos los puntos de acceso, como los puertos de los elementos, los puertos de los termopares y el acceso a la puerta. Las entradas y salidas de gas se colocan estratégicamente para facilitar el proceso de purga y mantener el entorno de gas inerte.
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Supervisión y control: El horno de gas inerte está equipado con medidores de flujo de gas, manómetros y válvulas para controlar y supervisar el flujo y la presión del gas inerte. Esto garantiza que se mantenga la atmósfera deseada durante todo el proceso.
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Enfriamiento con gas inerte: Tras el proceso de tratamiento térmico, puede utilizarse gas inerte para enfriar los materiales tratados. Esto se hace presurizando el gas y haciéndolo circular a través de la zona caliente para absorber el calor y, a continuación, haciéndolo pasar a través de un intercambiador de calor para disipar el calor. Este proceso de enfriamiento controlado ayuda a mantener la integridad de los materiales tratados.
Los hornos de atmósfera inerte son cruciales para procesos como el recocido, la soldadura fuerte y el tratamiento térmico de materiales propensos a la oxidación. Se utilizan mucho en industrias como la automovilística, la aeroespacial y la petroquímica, donde la calidad y las propiedades de los materiales son críticas. El uso de gases inertes como el argón y el nitrógeno, que son químicamente inactivos, garantiza la protección de los materiales frente a la contaminación por gases reactivos, preservando así sus propiedades mecánicas y químicas.
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